
Ochocientos cincuenta pasos en una ciudad como santiago, en donde muy pocos miraban al lado, con un clima bastante desagradable en toda fecha para ella y Maria.
Por suerte, siempre había alguien que les ayudaba a cruzar la interseccion de calle Rosas y San Martín, donde podían tomar el bus que las llevaría de vuelta a San Bernando, a una hora u hora y media si iba muy llena la locomoción, dejándolas a setecientos veintitres pasos de su casa.
Todos los días el mismo trayecto.
Era eso o no ganarse el pan para comer.
Por suerte, para ellas, siempre salia a ayudarlas alguno de los conserjes de un edificio aledaño.